Las Tablas de Daimiel y Villarrubia

Las Tablas de Daimiel y Villarrubia se formaban, dentro del contexto de tablas fluviales ligadas a los ríos que52 atraviesan la Llanura Manchega, al confluir en su zona más occidental, dentro de los términos de esos dos municipios, dos de sus ríos más importantes: el Gigüela y el Guadiana.

Ya antes de unirse en este punto que actualmente es el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, ambos ríos, en su discurrir por este territorio tan llano y con tan poca pendiente, iban formando casi continuamente tablas y tablazos, para finalmente solaparse aquí, no sólo dando lugar a uno de los mayores tablazos de La Mancha Húmeda, sino también a su zona húmeda más singular y de mayor biodiversidad y aprovechamiento humano, que incluso ha llegado a ser definida como la «Pequeña Mesopotamia» o la «Mesopotamia Manchega».

Dos ríos muy peculiares y una confluencia muy especial

Esa singularidad y enorme biodiversidad encontrada en las Tablas de Daimiel y Villarrubia venía dadas por las diferentes características hídricas de los dos ríos, tanto en el caudal como en la composición química de sus aguas, que con su unión formaban este espacio, diferencias que, junto al marco hidrogeológico en el que se encuadra, lo harían único tanto a nivel de La Mancha Húmeda como incluso a nivel mundial.

53Por un lado, el río Gigüela -llamado Cigüela en su primer tramo-, afluente del Guadiana, nace bastante lejos de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, a casi 200 kilómetros al noreste, en la Serranía de Cuenca, concretamente en los Altos de Cabrejas de la Sierra de Altomira.

Posteriormente, cuando entraba en la Llanura Manchega, todavía muy lejos del Parque Nacional, debido a la planitud y escasísimo desnivel del terreno, comenzaba a formar casi continuamente tablazos, hasta desembocar finalmente en el Guadiana formando las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

Mucho antes de su unión con el Guadiana, el Gigüela intercepta las aguas de otro de los ríos de mayor entidad que atraviesan La Mancha, el Záncara, que a su vez también, y tras nacer igualmente en la misma serranía conquense, venía formando notables tablazos, dándose en este punto de unión, que de sitúa cerca del actual municipio de Alcázar de San Juan, otra gran zona húmeda de similares características conocida como la “Junta de los Ríos”.

Por su parte, el Guadiana nacía muchísimo más cerca, a unos 20 kilómetros al este del Parque Nacional. Y lo hacía en plena llanura, en los Ojos del Guadiana, dentro del término de Villarrubia de los Ojos, que eran uno de los principales puntos por los que salía al exterior, a modo de potentísimos manantiales, el agua sobrante del gran acuífero que se sitúa bajo toda esta zona, el Acuífero de la Llanura Manchega Occidental.

Al nacer en plena llanura, ya desde su mismo nacimiento este río comenzaba a formar extensas tablas, que, después de ser alimentadas primero por su afluente el Azuer y posteriormente por las aguas del Gigüela formando en este último caso  las Tablas de Daimiel y Villarrubia, avanzarían a partir del actual Parque Nacional una treintena de kilómetros más hacia el oeste en lo que le queda de recorrido por la Llanura Manchega, para una vez fuera de ésta, a54 partir del actual Embalse de El Vicario, cerca de Ciudad Real capital, adoptar definitivamente la tipología de un río convencional.

El Gigüela, al igual que el resto de ríos que atraviesan la Llanura Manchega, a excepción del Guadiana, presentaba un caudal irregular a lo largo del año, pues era un río de carácter marcadamente estacional, ya que su caudal dependía mucho de la pluviosidad anual sobre todo en su zona de origen.

Así, cada año, por lo general, experimentaría una gran crecida anual, que sería a finales de invierno y principios de primavera tras las lluvias sobre todo del otoño, el invierno y primera primavera, que son las épocas del año que más lluvias registran.

En cambio, durante el verano, al cesar las lluvias al ser una estación predominantemente seca, éste y los demás ríos manchegos, salvo nuevamente el Guadiana, experimentaban un marcado estiaje, que derivaba en una merma muy importante de sus caudales, llegando en muchas ocasiones incluso a secarse por completo hasta volver a empezar a recuperarse a partir de las lluvias del siguiente otoño.

Por su parte, el Guadiana, a diferencia del resto de ríos manchegos, se presentaba como un río con un caudal permanente durante todo el año, sin apenas variaciones a lo largo de las cuatro estaciones.

Ello era debido a que este río, el único en nacer dentro de la Llanura Manchega, se surtía del agua antaño siempre sobrante del acuífero de la zona, no estando sujeto tan directamente como los demás ríos a la pluviosidad de cada 55estación y de cada año, aportando a las Tablas de Daimiel y Villarrubia, a diferencia del Gigüela, prácticamente la misma cantidad de agua durante todo el año.

Consecuencia de todo ello es que las Tablas de Daimiel y Villarrubia se presentaban como una zona húmeda de caudal irregular a lo largo de todo el año, con una época de máximos a finales de invierno y principios de primavera, que era cuando el Gigüela hacía su mayor aportación anual.  Y una época de mínimos, en el verano, al decaer considerablemente la aportación del mismo, pero sin secarse por completo en verano,  como ocurría con muchos otros humedales manchegos, ya que el Guadiana seguía alimentando de agua este espacio a pesar de la sequía estival.

Ello permitía que, en función de la época del año, y consecuentemente del nivel de inundación, aquí se desarrollara o acudiera temporalmente multitud de formas de vida asociadas a esos cambios anuales en los niveles de inundación.

Por otro lado, el Gigüela, como muchos de los ríos manchegos, aportaba tras su entrada en la Llanura Manchega hasta morir en su desembocadura en el río Guadiana aguas con un importante contenido salínico.

Ello era así porque sus aguas se van cargando de las sales presentes en algunas de las zonas manchegas por las que circula antes de llegar al Parque Nacional, en las cuales también se forman otros tipos de humedales, especialmente lagunas, también de carácter salobre, muy características de La Mancha Húmeda.

En cambio, el Guadiana surtía a las Tablas de Daimiel y Villarrubia de agua totalmente dulce. Por un lado, porque el agua que brotaba de sus manantiales en los Ojos del Guadiana era la sobrante de un acuífero que se recarga fundamentalmente por el agua de la lluvia, es decir, dulce, de manera que la que salía por esos manantiales dando cuerpo al río era de esas características.

Por otro lado, los terrenos por los que este río hacía su recorrido desde su nacimiento hasta topar con el Gigüela en las Tablas de Daimiel y Villarrubia no presentaban ningún tipo de salinidad, de manera que tal cual brotaba de los manantiales, así llegaba a su junta con aquel otro río.

El resultado de esos dos tipos de aguas tan dispares entre ambos ríos era la puesta en escena, justo antes de su unión, de toda una alta gama de diversidad de vida, pues cada río, cada uno con sus aguas características, generaba un tipo de vida adaptado a cada una de ellas, una a aguas salobres y otra a aguas dulces.

Pero además, en el punto en el que confluían el Gigüela y el Guadiana se producía la mezcla de esos dos tipos de aguas, en la que se daría un tercer tipo de aguas, ni puramente salobres, ni puramente dulces, generándose en esta otra un tercer tipo de vida específico.

Por tanto, en la variabilidad de sus caudales a lo largo del año, que atraía o hacía variar las formas de vida asociados a cada uno de ellos, y en la variabilidad de las propiedades de sus aguas, a las que también se asociaba un tipo de vida u otro específicos, residía la singularidad de las Tablas de Daimiel y Villarrubia como humedal.

A nivel peninsular y a nivel mundial existen humedales inmensamente más grandes y extensos que esta zona húmeda, pero pocos, en todo lo que abarcan, presentan tanta biodiversidad como en su día presentaba este humedal manchego sujeto a tanta variabilidad.

Mucho más que un mosaico, todo un caleidoscopio de vida y biodiversidad

Esa enorme riqueza ecológica atañía a todo tipo de seres vivientes: microorganismos, flora y fauna, siendo además una perfecta representación de la biodiversidad existente en casi todos los distintos ecosistemas acuáticos de La Mancha Húmeda.

56Dentro de la riquísima flora de este espacio húmedo destacarían sobre todo las extensísimas praderas sumergidas de algas u “ovas”, vitales en su ecosistema por ser el refugio de la fauna subacuática y el alimento de buena parte de la avifauna aquí presente.

Y también, el amplísimo marjal de vegetación palustre que cubría buena parte de estos grandes tablazos formado por carrizos, aneas y, especialmente, masiega. Tanta era la presencia y el predominio de esta última, que las Tablas de Daimiel y Villarrubia eran consideradas como uno de los mayores masegares de Europa, si no el que más, actuando en este caso como un inmejorable refugio para la fauna y avifauna ligados al medio húmedo.

Merece la pena también resaltar algunas especies vegetales que crecen en las riberas y en los terrenos aledaños al humedal afectados por la salinidad del río Gigüela, como son el taray, en el primer caso, y el limonio y el calamino, en el segundo caso.

Estos dos últimos son de un enorme interés científico y botánico al crecer en unas condiciones de salobridad muy extremas, dándose endemismos en algunas subespecies que sólo están presentes en entorno a los humedales de La Mancha Húmeda.

En cuanto a la fauna acuática, además de una riquísima comunidad microinvertebrados,  aquí tenían una muy importante presencia invertebrados como insectos, moluscos y el cangrejo de río; peces, algunos de ellos autóctonos; anfibios como ranas, salamandras y tritones; y reptiles como los galápagos y las culebras de agua. Además de mamíferos directamente ligados al medio acuático, como las ratas de agua o “topillos” y, muy especialmente, la nutria.

Mención aparte merece la avifauna acuática o ligada a los humedales, por ser el grupo, dentro del mundo animal de este espacio natural, más numeroso, extenso y vistoso, llenándolo de color y sonido.

Antaño, y actualmente cuando las Tablas de Daimiel y Villarrubia presentan un nivel de inundación mínimamente adecuado y aceptable, aquí podían y aún pueden verse a lo largo del año más de 300 especies distintas de aves ligadas directa o indirectamente al medio acuático, que bien como residentes, bien como migradoras, utilizan este espacio como lugar de hábitat, de paso, de invernada o de cría.

Al respecto, destaca en especial la importancia de este lugar, junto al resto de humedales manchegos, para los flujos migratorios sur-norte de Europa, norte-sur de Europa y África-Europa, Europa-África, al situarse como una auténtica encrucijada de caminos entre esos ámbitos geográficos, siendo además uno de sus principales lugares de paso obligatorios, lo que le confiere la máxima importancia y el más elevado interés y reconocimiento internacional desde el mundo de la ornitología.

Así pues, si La Mancha Húmeda en su conjunto representa un auténtico paraíso para la avifauna, las Tablas de Daimiel y Villarrubia serían el paraíso de aquel paraíso, en el que conviven multitud de especies pertenecientes a numerosas familias, como anátidaspatos), zampullines y somormujos, rálidosgallinillas de agua), ardeidasgarzas), zancudas, limícolas, gaviotas y fumareles, rapaces y paseriformes ó pequeños pajaritos.

A las que se le unen las esteparias y las asociadas al Bosque Mediterráneo de la Llanura Manchega y Montes de Toledo envolventes, que acuden aquí para beber, buscar alimento o simplemente como zona intermedia en sus desplazamientos y movimientos de carácter local y comarcal.

Los Ojos del Guadiana

Si únicas eran las Tablas de Daimiel y Villarrubia como humedal, únicos también eran los Ojos del Guadiana, el nacimiento del río que da nombre a este otro paraje y que junto al Gigüela formaba aquellas. Poquísimos ríos a nivel europeo y mundial, si no ninguno, nacen en medio de una llanura, como lo hacía el río Guadiana dentro de la Llanura Manchega.

Un enorme “mar” subterráneo

Debajo de buena parte de ésta existe un enorme acuífero, uno de los más grandes del territorio peninsular, siendo éste el Acuífero de la Llanura Manchega Occidental ó Acuífero 23, una inmensa esponja, sobre todo de roca caliza, de unos 5.500 Kilómetros cuadrados de extensión, de hasta 300 metros de espesor y una capacidad de almacenamiento entre 12.000 y 13.000 hectómetros cúbicos (la capacidad máxima de las Tablas de Daimiel y Villarrubia o de las Lagunas de Ruidera no supera los 20 hectómetros cúbicos en ambos casos).

Su origen procede de la sedimentación fundamentalmente calcárea de una primigenia cuenca lacustre continental. La roca caliza actúa como una verdadera esponja en la que se infiltra con facilidad el agua que vierte sobre ella al ser altamente porosa, a lo que se une la enorme facilidad con la que a su vez ese agua infiltrada, a partir de fenómenos kársticos, con su movimiento y circulación, la va erosionando y horadando en su interior, creando galerías y cavidades, lo cual acentúa aún más su ya de por sí elevada capacidad de almacenamiento.

El Acuífero de la Llanura Manchega Occidental se recarga anualmente de varias maneras. Una de ellas es a partir de otros acuíferos adyacentes, como el del Campo de Montiel, cuyos flujos internos se dirigen a este otro acuífero, al que en parte alimentan.

Otra proviene de los distintos ríos que, nacidos fuera de la Llanura Manchega, van a parar a ésta para seguir a continuación sobre ella su recorrido, en el cual, al hacerlo sobre una esponja de roca caliza, parte de su caudal se va57 infiltrando  contribuyendo también a la recarga de este acuífero.

Y, finalmente, un tercer tipo de recarga, que es el más importante, proviene del agua de lluvia, que va empapando paulatinamente cada año lo largo y ancho de esa esponja para finalmente infiltrarse hasta llegar a su nivel freático, haciéndolo crecer.

Ese nivel freático se encontraba hasta hace apenas unas décadas casi a nivel de superficie, de manera que en las zonas del terreno más deprimidas llegaba a asomar o aflorar al exterior, bien formando lagunas, bien formando manantiales de los que brotaba agua si en este caso conectaba con un flujo de las corrientes internas, a partir de lo cual se formaba una corriente o curso fluvial.

Esto último eran los Ojos del Guadiana, un conjunto de manantiales o fuentes por donde afloraba al exterior y en cantidad el agua rebosante y en movimiento del gran Acuífero de la Llanura Manchega Occidental. En la zona, un manantial o fuente de agua es conocida, según su tamaño, como “ojo” u “ojillo”.

“Desaparecer y aparecer como el Guadiana”

En realidad, todo el Guadiana, en su primer recorrido, desde su cabecera en el legendario paraje de Los Ojos hasta su salida de la Llanura Manchega, unos 40-50 kilómetros después, pasando entremedias por lo que es el actual Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, presentaba ojos y ojillos procedentes de este acuífero que lo iban retroalimentando casi continuamente a medida que iba avanzando, pero los principales y más potentes manantiales eran los que se encontraban en el mismo inicio del río, es decir, en el paraje de Los Ojos, siendo estos los que ya desde su comienzo le daban vigor y verdadera entidad.

Con todo, la mítica y legendaria creencia antigua de la que ya escribieron en la Antigüedad Estrabón y Plinio el Viejo y posteriormente Miguel de Cervantes en El Quijote y según la cual por el paraje de Los Ojos renacía un río que ya previamente había nacido en el Campo de Montiel formando las Lagunas de Ruidera para después desaparecer bajo tierra tomando un cauce subterráneo sobre el cual se alzaba un puente natural de siete leguas en el que podían pastar más de diez mil cabezas de ganado, ya no es válida.

La ciencia moderna ha demostrado que aquello es mucho más complejo que eso, de manera que el Guadiana de Ruidera, que realmente es el río Pinilla, aunque sí que está relacionado, en realidad no es el Guadiana de Los Ojos, que sí que era el nacimiento del verdadero Guadiana, que es por donde salía al exterior el agua sobrante de un acuífero al que, no obstante, también contribuye a recargar el agua que desde las Lagunas de Ruidera va a morir a la Llanura Manchega para infiltrarse en aquel.

El paraje de los Ojos del Guadiana está dentro del término del municipio ciudarrealeño de Villarrubia de los Ojos, de ahí el apellido que acompaña al nombre de esta localidad manchega. Dicho paraje estaba formado por un conjunto de catorce manantiales de entre los que destacaban por su tamaño y fuerza, y con diversos y cambiantes nombres asignados a lo largo del tiempo, los de Mari López, La Señora, El Ciego, El Sordico, El Rincón y El Pico.

Unos y otros posibilitaban el que ya desde su comienzo este río mostrara un muy notable tamaño y caudal, que por extenderse a través de la llanura lo iba haciendo en forma de tablazos perennes y de agua dulce -a diferencia del resto de tablas fluviales manchegas, estacionales y salobres-, cubiertos además de extensos bancales de masiega que, antes de abandonar la Llanura Manchega para adoptar otra morfología, primero recogerían las aguas del río Azuer provenientes del Campo de Montiel, y después las del río Gigüela, formando en este último caso lo que con el tiempo se ha convertido en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

Todo ese recorrido del Guadiana desde Los Ojos hasta su salida de la Llanura Manchega, a partir del Embalse de El Vicario cerca de Ciudad Real, con un total de 40-50 km, es el más singular, tanto en lo hidrogeológico como en lo ecológico, de los 778 kilómetros totales del río hasta su desembocadura en Ayamonte (Huelva) y sobre él han sobrevolado desde muy antiguo leyendas a partir de esos y otros fenómenos naturales antaño enigmáticos y de difícil explicación, pero que incluso hoy en día sorprenden al espectador.

También dentro del término de Villarrubia, pero en otro punto, existía otro gran conjunto de ojos y ojillos, no tan famosos ni tan espectaculares pero de la misma naturaleza, surtidos también por el agua rebosante del mismo acuífero.

En este caso se situaban longitudinalmente a lo largo de la zona oriental y media de las Tablas de Villarrubia, en la recta final del río Gigüela poco antes de entrar en el actual Parque Nacional, creando en este tramo un paisaje y un ecosistema muy singular de gran aprovechamiento para el hombre conocido como la Vega de Villarrubia. Los principales manantiales aquí existentes serían el Ojo de la Médica, el Ojo de la Cañadilla, la Fuente de las Pozas, el Ojo Ricopelo o los de Los Ojuelos.

El mundo perdido

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Hoy en día los Ojos del Guadiana y ese primer tramo tan peculiar de este río ya no son lo que eran. Un imparable proceso de destrucción ocasionado por el hombre a lo largo de varios lustros desde la década de los años sesenta y del que se hablará más adelante los ha reducido literalmente a cenizas y cultivos, de los que ocasionalmente surgen algún que otro manadero y encharcamiento más o menos extenso que incluso llegan a conformar por momentos todo un río casi continuo, pero que, aun siendo verdaderos hervideros de vida y de gran valor paisajístico, no son ni la sombra de lo que fueron, aunque, no obstante, nos acercan a ese mundo perdido, haciendo ahora además realidad y verdadera, aunque bajo otra realidad y otras circunstancias y en otro contexto, la legendaria leyenda de un río que “aparece y desaparece” y “desaparece y aparece”.

Testimonio de cómo eran los Ojos del Guadiana y ese primer río que formaban sólo quedan algunas muy antiguas fotos en blanco y negro y el recuerdo de los lugareños que todavía a principios de la década de los años ochenta aún pudieron verlos en todo su esplendor e incluso bañarse en ellos. Pero también algunos relatos escritos elaborados antes de su declive y sobre el terreno que los describen a todo detalle y permiten hacernos una idea muy aproximada de cómo era ese único y asombroso espectáculo natural.

Es el caso de la Revista de Obras Públicas publicada en 1894, en la que se dice: “Nace el Guadiana en el término de Villarrubia, provincia de Ciudad Real, de unos manantiales ó hervideros de puras y cristalinas aguas, conocidos con el nombre de los Ojos. De éstos, tres se hacen notar, designados con los nombres de Mari-López, La Canal y Cercano, que unidos entre sí forman una laguna, cuyo perímetro asciende a 8.410 pies. Impracticable ésta casi en toda su extensión, imposible fuera querer apreciar el volumen de las aguas que contiene; pero aprovechando un claro que se observa en la parte central del Ojo de Mari-López y en el de La Canal, pudimos medir su fondo, obteniendo una profundidad desde 8 a 11,6 pies para el primero y de 5 a 9 para el segundo.

La perfecta transparencia de sus aguas permite verlas brotar por entre los cantos rodados del terreno de aluvión que constituye su fondo, y lo hace con tal fuerza, que mantiene aquellos como en suspensión, moviéndolos sin cesar de uno en otro lado, a pesar de sus crecidas dimensiones, y a pesar también de la presión debida a la gran masa de agua que sobre ellos gravita. Críanse con profusión dentro de los mismos Ojos y en su proximidad, carrizos, espadañas, masiegas y tantas otras plantas acuáticas que se hace de todo punto imposible una medición exacta, y no fuera fácil tampoco una apreciación prudencial del agua que contiene; pero ya a alguna distancia de los nacimientos, y una vez encauzado el curso del majestuoso rio que describimos, puede determinarse su rico caudal,59 de 132,30 pies cúbicos por segundo.

Magnífico se presenta el río aquí, apenas separados algunos centenares de pies de su nacimiento: el caudal de las aguas con que nace es sorprendente, y hace esperar que engrosado por sus mucho tributarios, a poco que sigamos, tomará dimensiones colosales, y tal vez podamos navegar en él. Después de recorrer algo menos de una legua, pone en movimiento las tres piedras del molino harinero llamado Zuacorta, con la pequeña caída de cinco pies. Sigámosle poco más allá y encontraremos otro artefacto de la misma especie, y otro después, y después veinte más.

Desde que nace en los Ojos con ese gran caudal, empieza a correr en dirección casi constante de Este a Oeste, hasta su entrada en Portugal. Su cauce al principio, cubierto de espadaña y de maleza, se extiende considerablemente hasta el punto de encharcarse y perder una parte de su escasa velocidad, continuando así alternativamente hasta reunírsele por su orilla derecha el Gigüela, después de habérsele agregado también por la margen izquierda el Azuer. Así podemos seguir recorriendo el río por espacio de algunas leguas hasta la proximidad de Luciana”.

O más cercano aún en el tiempo, la famosa crónica del periodista Víctor de la Serna en 1953 titulada “Viaje a La Mancha”, en la que en un momento dado de su recorrido se detiene en este paraje, describiéndolo de la siguiente manera: “Si yo empezara esta crónica asegurando seriamente que el Guadiana tiene los ojos verdes, se armaría entre mis amigos y entre mis lectores un verdadero escándalo, a pesar de que el Guadiana tenga verde los ojos, efectivamente. Pero hay cosas que sólo las pueden escribir unos individuos de un grupo especial, al que uno no pertenece.

El ‘estanque de la Señora’ tiene leyenda. Cuentan los niños que por allí pasó la señora de aquellas tierras en su carroza camino de Toledo y que la engañosa verdura  de ocultaba el ‘ojo’ devoró la carroza, las mulas camineras, los criados, los lacayos y la señora con todas sus joyas que valían un imperio. Todo eso está en el fondo de la gran masa de agua disimulada arteramente entre la junquera y los cañaverales. De ancho variable (nunca menos de 60diez metros), su profundidad varía hasta llegar, en algunas fosas, a los diez metros. El agua es transparente como el rocío y se ve el fondo alucinante de una vegetación fluvial que semeja bosques en tecnicolor, habitados por pequeños monstruos vegetales que se mueven con las ondas. Se ve a veces el fondo calcáreo, de un verde blanquecino como de cardenillo. Y se navega.

Este ‘estanque de la Señora tiene su ‘flota mercante’, constituida por cinco barqueros. Uno de ellos me sirve de gondolero y me invita a recorrer el kilómetro y medio de Guadiana recién nacido entre los cañaverales, escoltado por el rumor misterioso de la pequeña jungla, donde anidan las gallinetas y toda una serie de aves acuáticas brillantes que nos dan compañía con sus gritos. Una infinidad de parejas de grandes insectos inofensivos, brillantes como esmaltes, propios para transformarse en un prendedor para las trenzas de un hada, cruzan continuamente ante nosotros. La profundidad del río impide en muchos tramos que la percha del barquero toque fondo. Esta extensa nava verde, llena de manantiales y de albuferas donde hay ánades y azulones y que nace en estos Ojos del Guadiana llega hasta Peralvillo”.

Finalmente, sólo algunos años después, en 1958, Francisco Pérez Fernández, en su obra “Daimiel, Geografía de un Municipio Manchego”, aporta otra muy gráfica descripción de lo que era ese primer tramo del Guadiana y su nacimiento en el paraje de los ‘Ojos del Guadiana’: “El Guadiana nacido en Los Ojos, auténtico paraíso de los patos y de otras muchas aves ribereñas y cuyas aguas son de horizontalidad casi perfecta, se divide en brazos y canales, con pequeños islotes donde malviven en rústicas chozas familias de pescadores y cangrejeros, que saben los secretos de la navegación, con sus barcas de fondo plano, por este río peligroso y de profundidades irregulares. Las plantas de tallos sumergidos, ranúnculos y nenúfares amarillos y blancos, con sus grandes hojas verdes flotando y el zumbido de los mosquitos en la época de calor, acrecientan el aspecto casi tropical de esta región tan singular del Guadiana”.

Relación con el hombre

Las épocas más antiguas

El ser humano de siempre se ha visto atraído por los humedales, no siendo La Mancha Húmeda en su conjunto y las Tablas de Daimiel y Villarrubia  y el río y Ojos del Guadiana en particular una excepción.

Desde su existencia, el hombre se ha acercado continuamente a estos espacios o directamente los ha habitado casi ininterrumpidamente por sus enormes posibilidades para la supervivencia, más que casi cualquier otro, tanto por ofrecer agua, como abundante alimento, en este último caso, por su riqueza piscícola y cinegética y las fértiles riberas y márgenes que entorno a ellos se generan y que permiten desarrollar cultivos muy productivos.

61Por ello, ya desde los remotos Paleolítico y Neolítico existen evidencias de actividad y poblamiento humano tanto en las Tablas de Daimiel y Villarrubia  como en el río y Ojos del Guadiana.

En la fase final de la época prehistórica, en la Edad del Bronce, hace unos 4.000 años, destaca la peculiar “Cultura de las Motillas”, que se ubicaría en estos humedales aunque, según se desprende de las evidencias, en este caso en un contexto bien distinto, en una época de una más que probable extremada sequía en el que llegaron a secarse por completo, buscando el agua del subsuelo con la realización de los que son considerados como los pozos más antiguos documentados de la Península Ibérica y del continente europeo.

Siglos después, superada aquella hipotética gran sequía prehistórica, a lo largo del último milenio a.C. esta zona sería territorio íbero y más concretamente oretano, el pueblo prerromano existente aquí justo antes de la llegada de los romanos. Y una vez instalados estos últimos aquí, tampoco desaprovecharían su gran potencial estratégico y económico.

Tanto al río y Ojos del Guadiana como a las Tablas de Daimiel y Villarrubia se asocia un riquísimo patrimonio arqueológico asociado a la actividad y poblamiento humano de todas aquellas épocas.

Así, en el interior del actual Parque Nacional y en sus más inmediatas márgenes destacan por ejemplo las motillas de Las Cañas y de Puente Navarro, de la Edad del Bronce, o los poblados íbero-romanos de la Isla del Pan, el Quinto de las Torres, Cañada Mendoza, La Quebrada o Las Higuerillas.

En el río y Ojos del Guadiana, desde el nacimiento hasta su entrada en el Parque Nacional encontramos otras dos motillas, las de Zuacorta y La Máquina, y, sobresaliendo entre otros muchos,  otros cuatro poblados íbero-romanos también de gran entidad: Casas Altas, Los Toriles, La Parrilla y Curenga.

Aguas abajo del Parque Nacional hasta el Embalse de El Vicario, otras tres motillas –las de Torralba, Carrión y Malvecinos- y otro destacado asentamiento íbero-romano: los Baños del Emperador.

Y en la Vega de Villarrubia sobresalen los asentamientos calcolíticos -fase prehistórica previa a la Edad del Bronce- de El Turón y Los Ojuelos y la ocupación también íbero-romana en el Monte Máximo, Buenavista y El Lote.

La época medieval no sería una excepción, destacando la presencia en las márgenes del río y tablas del Guadiana, aguas abajo de recibir a las del Gigüela, fuera ya de lo que es el actual Parque Nacional pero a escasos kilómetros de62 éste y dentro del término del actual municipio de Carrión de Calatrava, de la que sería a ciudad musulmana más importante intermedia en el camino entre Córdoba y Toledo: “Qal’at Rabah”, conocida en la actualidad como Calatrava La Vieja.

Y cerrando las tablas del Guadiana, aguas abajo del Embalse de El Vicario, se alza el Cerro de Alarcos, donde se enclavaría el otro gran asentamiento medieval asociado a este río y a esta zona. Una fortaleza cristiana a partir de la cual Alfonso VIII intentó levantar una ciudad que consolidara su dominio por entonces en esta zona de frontera frente al poder musulmán, proyecto inconcluso con el que acabaron los almohades con su victoria en la célebre Batalla de Alarcos de 1195, desarrollada a los pies de este cerro.

Las épocas más recientes

Y ya en la época más reciente cabe destacar las numerosas familias de pescadores y       cangrejeros –llamados en la zona “peceros”- que habitaban tanto las Tablas de Daimiel y Villarrubia como el río y Ojos del Guadiana, más de 300 justo antes de la ejecución de los trabajos de desecación por los que finalmente  vino la declaración de Parque Nacional para evitar su desaparición.

Su estrategia de supervivencia se basaba en explotar los recursos que ofrecía el humedal, en especial su riqueza piscícola y cinegética, teniendo como vivienda un tipo de construcción muy característica que salpicaba las márgenes y las orillas de estos encharcamientos: las “casillas de pescadores”.

Otra construcción típica en este ámbito serían los molinos hidráulicos y harineros del Guadiana, que, desde época medieval, e incluso romana en algunos casos, se insertaban en el cauce de este río para aprovechar su potente caudal para convertir en harina la importante producción cerealística que histórica y tradicionalmente se ha generado en la zona.

Desde los Ojos del Guadiana hasta el Embalse de El Vicario, que es donde finalizan los tablazos del Guadiana cuarenta kilómetros después de su nacimiento, existían alrededor de una quincena de molinos de este tipo, muchos de los cuales estuvieron todavía funcionando hasta los inicios de la década de los años setenta del siglo XX. Concretamente, y en ese orden de aguas arriba a aguas abajo, estos molinos fueron los de El Arquel, Zuacorta, La Parrilla, La Máquina, El Nuevo o Curenga, Griñón, Molemocho (justo antes de entrar este río en lo que es el actual Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia), Puente Navarro (cerrando el Parque Nacional), Flor de Ribera, Calatrava La Vieja, Malvecinos, La Torre, La Celada y El Emperador.

Actualmente todos están en desuso y en estado de ruina, destacando el Molino de Molemocho, restaurado y musealizado por el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

También ha sido tradicional en estos humedales la siega de carrizo, anea y masiega para distintos usos: la caña del carrizo como elemento de construcción para las techumbres de las viviendas o la elaboración de persianas; la anea para, entrelazando sus hojas, elaborar asientos de sillas, esteras, serijos o serones; y la masiega, por su gran poder calorífico, como combustible para los hornos para fabricar cal: las “caleras”, muy prolíficas en esta zona.

Igualmente, ha sido común la recogida de malvavisco, una planta con propiedades medicinales, o la captura de sanguijuelas por los “sanguijueleros”, también con fines medicinales.

O la explotación de las canteras de yeso, “yeseras”, en la Vega de Villarrubia, lugar donde además proliferaría un sistema de huertas muy productivo y peculiar aprovechando conjuntamente las grandes avenidas anuales de agua del Gigüela y los manantiales de agua dulce procedentes del acuífero tan prolíficos aquí.

Además, las aguas y fangos y lodos salitrosos o muy cargados en sales de la Vega de Villarrubia serían de aprovechamiento humano por sus propiedades curativas y medicinales para tratar reumas y otras dolencias similares, de ahí los famosos «Baños de La Lagunilla» o el «Balneario de Tijeras en La Rinconá» -creado por Francisco Fontecha Román «Tijeras» a principios del siglo XX-, adonde acudía gente en cantidad, tanto de Villarrubia como de fuera, para tratar sus problemas reumáticos y semejantes.

Pero la actividad más habitual en estos espacios ha sido la caza, desde la misma Prehistoria hasta justo cuando, en el caso de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, se declaró esto Parque Nacional.

Tal era la importancia y la fama cinegética de este espacio, centrado en la caza de anátidas y otras aves acuáticas, que de siempre han venido aquí a cazar grandes personalidades e importantes mandatarios, entre ellos, muy a menudo y en la época más reciente, los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII.

Destaca también la mención que se hace en las Relaciones Topográficas de Felipe II acerca de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, en la que se pone de manifiesto la admiración de este monarca hacia su abundante caza, apelando a su conservación.

Problemática y situación actual de las Tablas de Daimiel y Villarrubia y de los Ojos del Guadiana

Desgraciadamente, en la actualidad ni las Tablas de Daimiel y Villarrubia ni los Ojos del Guadiana son lo que eran. A partir de la segunda mitad del siglo XX el hombre comenzó a llevar a cabo una serie de actuaciones en el marco y contextos hidrogeológicos de toda La Mancha Húmeda que casi han llevado a su casi total desaparición o degradación, no siendo estos dos espacios una excepción. Hablamos de uno de los mayores desastres ecológicos y medioambientales en la historia de Europa.

Años 60 y 70: Apocalypse Now. Comienza la destrucción de los humedales manchegos

63Primero, durante buena parte de la década de los años sesenta e inicios de los setenta se ejecutaron unos trabajos que pretendían desecar buena parte de los humedales manchegos con el fin de ganar tierras para el cultivo, creyendo que esos terrenos desecados serían muy productivos.

Era una época en la que no existía ningún tipo de concienciación medioambiental y en la que los humedales se consideraban como algo inservible e incluso perjudicial al estar muy extendida la falsa idea de que en ellos se generaba un ambiente insalubre e infeccioso y que incluso eran el foco originador de peligrosas y mortales epidemias como el paludismo.

Estos trabajos, amparados por la Ley de Saneamiento y Colonización de las Márgenes de los ríos Guadiana, Záncara y Cigüela, de 1956, se centraron sobre todo en la desecación de los amplios encharcamientos que formaban esos ríos manchegos y sus principales afluentes en su discurrir por la Llanura Manchega mediante su canalización.

Lo que se perseguía era reducir las tablas fluviales que formaban los ríos manchegos, que eran de muy poca profundidad y gran anchura, a un canal artificial excavado a lo largo de su recorrido de varios metros de ancho y profundidad, con el fin de que en ellos se encauzara el agua que hasta esos momentos iba formando tablazos al no ir encajada en un cauce natural profundo y bien definido. De esa manera, una vez ejecutada la canalización, los terrenos desahogados que anteriormente formaban tablas y tablazos podrían destinarse para el cultivo.

Esos trabajos de desecación contemplaban canalizar sistemáticamente toda la red fluvial de La Mancha Húmeda, y por tanto todas sus tablas fluviales, proyecto que finalmente se llevó a cabo en su casi totalidad, pues lo único que sobrevivió fue lo que ahora es el actual Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

Así, las tablas y tablazos del Záncara y del Gigüela, así como las de sus más importantes afluentes, fueron totalmente drenadas y canalizadas. Lo mismo que las del Guadiana desde su nacimiento en Los Ojos hasta su salida de la Llanura Manchega aguas abajo varias decenas de Kilómetros después del actual Parque Nacional.

Y lo que hoy es el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia, es decir, la confluencia de los ríos Gigüela y Guadiana, también estaba condenada a ser desecada y canalizada, pero el gran movimiento de protesta científico y ecologista a nivel tanto nacional como internacional liderado por Félix Rodríguez de la Fuente que despertaron esos trabajos de desecación en todo el contexto de La Mancha Húmeda al menos sí consiguió que esta zona húmeda, la más singular y con mayor biodiversidad de todas las zonas húmedas manchegas, no fuera desecada. Hasta el punto que primero en 1966 fue declarada Reserva Nacional de Caza y, finalmente, en 1973, Parque Nacional.

De esta manera, de las 30.000 hectáreas de tablas y tablazos fluviales originales que todavía existían en La Mancha Húmeda a comienzos de la década de los sesenta, sobrevivieron finalmente algo menos de 2.000, que se circunscribirían íntegramente a lo que actualmente es el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

El resto, totalmente canalizadas, desaparecerían como tal para siempre, salvo en los años extraordinariamente húmedos, que al circular por ellos grandes avenidas de agua, ésta se escapa de esos canales de drenaje volviendo a inundar como antaño lo que primigeniamente y de forma natural ocupaban.

Por otro lado, salvo en el caso del Guadiana, esos terrenos desecados para el cultivo        terminaron por ser muy poco válidos, pues al estar asociados a una elevada salinidad impedían desarrollar los cultivos que inicialmente se preveían ser tan productivos.

Años 80 y 90: “Agua de cielo no quita riego”. Lo que el riego se llevó

Finalizados esos trabajos de desecación a principios de los años setenta, casi de inmediato el hombre propicia en la zona una segunda gran agresión, aunque en este caso de manera indirecta, sobre lo que había sobrevivido de La Mancha Húmeda.

En el contexto de una región históricamente empobrecida y con pocos recursos, basado su potencial económico en una agricultura tradicional y de secano de bajos rendimientos centrada en los cereales, la vid y el olivo, los gobernantes del momento se deciden por invertir la situación.

Para ello, apuestan por un nuevo modelo económico, también centrado en la agricultura, pero en este caso más moderna y más productiva propiciando la explotación masiva de las aguas subterráneas de la zona, es decir, de los acuíferos, en especial, el de mayor tamaño y capacidad, el Acuífero de la Llanura Manchega Occidental.

Hasta entonces, la explotación de estas aguas subterráneas estaba muy generalizada, pero sólo para abastecer, con medios muy rudimentarios, sobre todo con los tradicionales pozos de noria, muchísimas pequeñas huertas diseminadas por la zona para el autoconsumo.

Ahora, lo que se pretendía era dotar a los agricultores de la zona de medios modernos y de mucho mayor rendimiento y con mucha mayor capacidad para la extracción del agua del subsuelo con el fin de desarrollar una  agricultura mucho más productiva que generara muchísima más riqueza en la zona.

Así, desde las esferas gubernativas del momento se incita a los agricultores de la zona a abrir masivamente pozos dando facilidades para ello y para la instalación de modernos medios para la extracción del agua, así como la implantación de cultivos inéditos hasta el momento y de naturaleza agroindustrial.

Resultado de todo ello es que a partir de entonces se dispara el número de pozos y su capacidad de extracción para irrigar masivamente tanto los cultivos tradicionales de secano, en especial y sobre todo la vid, como los nuevos cultivos introducidos, principalmente maíz, remolacha y alfalfa y que demandan una enorme cantidad de agua para sacarlos adelante.

Poco a poco ese nuevo modelo agrario basado en la explotación masiva de las aguas       subterráneas se va generalizando y consolidando en la zona hasta que llega una fecha simbólica: 1984. Que se tenga constancia, ese año64 se secan por primera vez, al menos desde la gran sequía prehistórica de la época de las motillas, los Ojos del Guadiana. También, casi simultáneamente, los otros manantiales de la zona, como los de la Vega de Villarrubia.

Por esas fechas, ya tanta agua desde inicios de la década de los años setenta se había extraído de los acuíferos de la zona, y más en concreto del Acuífero de la Llanura Manchega Occidental, que aquellos puntos por los que salía su agua sobrante  dejan de hacerlo, evidenciando ya una más que palpable sobreexplotación. Ello coincidiría en el tiempo casi paralelamente con un ciclo seco de larguísima duración, con una muy acusada ausencia de lluvias.

Era la puntilla para lo que había quedado de humedales manchegos tras el plan de desecación de los años sesenta y setenta. La mayoría desaparecen al depender directamente o indirectamente de esos acuíferos a partir de esos momentos esquilmados.

Muchas de las lagunas manchegas, anteriormente estacionales en su mayoría, se secan de una manera permanente al descender decenas de metros los niveles freáticos de estos acuíferos, que antaño, al situarse casi a nivel de superficie, bien sujetaban las aguas superficiales de escorrentía que las formaban impidiendo que se infiltrara en esa esponja de roca caliza ahora bastante vaciada, bien retroalimentándolas, o ambas cosas a la vez.

Lo mismo ocurre con los ríos que atraviesan la Llanura Manchega, que también estacionales, ahora dejan de llevar agua durante todo el año al discurrir por esa esponja seca, en la que se infiltran por completo al poco de empezar a recorrerla.

Con todo ello, de ahí en adelante el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia entra en una situación crítica. Los dos ríos que lo forman, el Gigüela y el Guadiana, dejan de manera permanente de aportar agua.

El Gigüela porque muchísimo antes de llegar al Parque Nacional se infiltra por completo en el acuífero, que ya no lo puede  sostener ni retroalimentar al encontrarse el nivel freático a decenas de metros de profundidad, no a ras de superficie, como antes de la sobreexplotación.

Y el Guadiana se seca también por completo en todo su recorrido por la Llanura Manchega, porque sus manantiales, por donde salía el agua sobrante del mismo acuífero, dejan de brotar, a lo que se une el que su otro afluente en la zona antes de llegar al Parque Nacional, el río Azuer, también deja de aportarle agua por las mismas circunstancias que afectan al Gigüela.

65Ya una vez fuera de la Llanura Manchega, el Guadiana comienza a llevar agua de forma permanente y continua al recibir otros aportes que ya no tienen relación ni están afectados por la problemática del Acuífero de la Llanura Manchega Occidental.

Por tanto, las Tablas de Daimiel y Villarrubia se secan y su característico ecosistema comienza a degradarse gravemente. Dentro de esa situación, especialmente dramática fue la degradación del río y Ojos del Guadiana, que no sólo queda seco en todo su recorrido por la Llanura Manchega, sino que la espesa capa de turba que albergaba su lecho desde hacía milenios comienza a sufrir, al secarse por completo, un fenómeno natural de autocombustión.

Esa autocombustión convierte durante varios lustros el antiguo vergel del río en un triste y patético espectáculo, en un bosque de fumarolas sobre unos terrenos totalmente calcinados y estériles, algo lo más parecido a un paisaje “volcánico” o “lunar”. Por ello, también se le llegó a conocer durante esos años como el “río del Infierno”.

Y, en el mejor de los casos, los terrenos y tablazos del río no afectados por ese proceso de autocombustión son sistemáticamente privatizados, el paraje de Los Ojos incluido, bien para extraer sus turbas aún no calcinadas para comercializarlas como abonos, bien para ponerlos en cultivo.

Esta situación general conocería su peor momento a mediados de la década de los años noventa, cuando el Acuífero de la Llanura Manchega Occidental alcanza su mayor grado de sobreexplotación –con un vaciado superior a los 6.000 hectómetros cúbicos- y aún persiste la fuerte sequía iniciada en los  años ochenta.

El ave fénix que renace de sus cenizas

Sin embargo, a partir de entonces, tanto una serie de actuaciones del Estado y las administraciones públicas para frenar la sobreexplotación del acuífero y la consecuente degradación de los humedales manchegos, como el fin de esa larga sequía, dan lugar a un punto de inflexión que aún permite mantener con vida, aunque con una notable transformación, La Mancha Húmeda y las Tablas de Daimiel y Villarrubia.

Lo cierto es que el modelo agrario implantado desde los años setenta la zona es la fuente de riqueza, tanto directa como indirecta, de buena parte de sus habitantes y, basado en un uso muy intensivo de sus acuíferos, impide que los humedales manchegos muestren el esplendor de antaño. Ante esa realidad y mientras eso siga siendo así, dicha situación se torna difícil de invertir.

Sin embargo, dicha explotación de las aguas subterráneas sí que se ha moderado y regulado notoriamente desde entonces, consiguiéndose una relativa aunque no completa recuperación de los acuíferos, lo que ha permitido que, si bien no es suficiente para que estos humedales alcancen el permanente y perenne vigor mostrado décadas atrás, al menos sí lo es para que mantengan unas constantes vitales mínimas que en los años y ciclos muy húmedos permiten una regeneración temporal que llega a rozar ese extraordinario pasado no tan lejano.

Por tanto, se ha instalado una nueva realidad en los humedales manchegos, que ahora se han vuelto todavía más estacionales de lo que eran, pues sólo actúan como tal en los años y ciclos extraordinariamente húmedos, que pueden tardar años en llegar, pero que tarde o temprano regresan regenerando unos ecosistemas que mientras tanto parecen aguardar latentes.

Porque una de las grandes características de este tipo de ecosistemas es precisamente eso: que a pesar de que son66 fáciles de alterar o degradar si les falta su elemento esencial que es el agua, en cuanto ésta vuelve, desarrollan un rápido y potente poder de regeneración.

A esto ha quedado sujeta buena parte de La Mancha Húmeda, que casi por completo desaparecida en los años y ciclos secos, experimenta una toda explosión de vida acuática y palustre en los períodos más húmedos y lluviosos, lo que le hace seguir siendo todo un referente a nivel peninsular e internacional para la conservación de la biodiversidad mundial.

El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y Villarrubia tampoco es ajeno a estas nuevas circunstancias. Ha quedado sujeto a una dinámica de funcionamiento muy transformada respecto a la original y algunas de sus cualidades y valores hidrológicos y ecológicos singulares de antaño han desaparecido siendo muy complicado el que vuelvan a darse, pero no por ello ha dejado de ser un referente de primera magnitud para la conservación de la vida ligada al medio acuático.

Ahora, esta zona húmeda se ha vuelto muchísimo más estacional que antes, ya que sólo lo es en los años más húmedos, que permiten que el Gigüela aporte agua en cantidad al no ser enteramente absorbido por el Acuífero de la Llanura Manchega Occidental, para inundar, con ayuda añadida y artificial del hombre, este espacio protegido afectado así por una mayor salinidad, ya que sólo es alimentado por el Guadiana de manera muy puntual y residual.

En esta nueva situación, el Guadiana sólo llevará agua si las abundantes lluvias también hacen correr enteramente al río Azuer y en función del nivel freático del Acuífero de la Llanura Manchega, que en algunos momentos de esos ciclos húmedos llega a hacer brotar algunos de sus manantiales haciendo renacer muy modestamente al antaño legendario río, pero lo suficiente para hacer recobrar esa aportación tan decisiva para la singularidad de este espacio natural.

Por tanto, algunos años este Parque Nacional lo veremos sin agua y otros con mucha, la que, en el segundo caso, tras un período bastante húmedo, sobre todo aportará el Gigüela y, posiblemente, también la que pueda aportar el Guadiana, tanto a partir de la que viene del Azuer, como la subterránea en función de si, sin estar completamente rebosante como antiguamente, el nivel freático del acuífero está más o menos elevado.

Pero hasta en los años más secos, este espacio natural, incluso pareciendo cualquier cosa menos un humedal, atesora una valor incalculable, pues es un humedal en estado latente que mientras tanto sigue actuando como reservorio y refugio de vida, tanto acuática en estado latente como no acuática en expansión.

Y cuando en los ciclos excepcionalmente húmedos queda inundado todo entero, éste vuelve a convertirse una y otra vez, como ave fénix renaciendo de sus cenizas, en el paraíso del paraíso de vida y biodiversidad de La Mancha Húmeda.