TRABAJO DE INVESTIGACIÓN: LAS TABLAS Y LA VEGA DEL GIGÜELA EN VILLARRUBIA DE LOS OJOS DEL GUADIANA

LAS TABLAS Y LA VEGA DEL GIGÜELA:

APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DEL PAISAJE FLUVIAL Y SU RELACIÓN CON LA ACTIVIDAD HUMANA EN VILLARRUBIA DE LOS OJOS DEL GUADIANA

Pablo Gutiérrez Caravantes 

(Licenciado en Historia / Natural de Villarrubia de los Ojos)

 

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ÍNDICE

 

1.Introducción

2.El Paisaje

3.El Hombre y La Vega

4.El Trabajo en La Vega

5.Vida y Muerte en La Vega

 

1.INTRODUCCIÓN

 

El presente trabajo pretende dar a conocer un paisaje y una realidad hoy día desaparecida. El lugar que vamos a describir y los usos y labores que se daban en él, son difícilmente imaginables hoy día, viendo la panorámica de espacio descrito y de objeto de estudio.

 

En un principio pretendíamos ampliar nuestro ámbito de trabajo a los ríos Cigüela (denominaremos indistintamente Cigüela y Gigüela a este río, ya que con ambos nombres es conocido en esta zona) y Guadiana. Finalmente hemos decidido centrarnos en La Vega del Cigüela por haber querido profundizar más en su estudio. Del mismo modo hemos centrado el trabajo en las producción agrícola de la misma, y la labor de los hortelaos, dando algunas pinceladas a otros oficios de la zona, como podía ser el de yesero o pescador-pecero. Aunque hemos contado con su testimonio y nos han servido para hacernos una imagen global y menos parcial del conjunto a estudiar.

 

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Se ha tratado de transmitir la visión de una realidad desaparecida, y que todo aquel que lea estas líneas, pueda llegar a entender y reconstruir la vida y el entorno de lo que es hoy un espacio y sociedad muy alteradas con respecto al pasado, y apenas conserva testimonio y memoria de lo anterior.

 

Hemos tratado de dar continuidad, ha los estudios de memoria histórica que se han hecho en el espacio de lo que hoy es el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel. Un espacio que guarda muchas relaciones con La Vega del Cigüela en el término de Villarrubia, pero con unas peculiaridades únicas y destacables.

 

Hemos de agradecer la colaboración y buena disposición de las diferentes personas entrevistados y que han dado sus testimonios para este trabajo. Antiguos hortelanos y peceros. Sus testimonios llenos de viveza y experiencia, nos han hecho sentir un renovado interés por esta realidad.

 

 

 2.EL PAISAJE

 

El  espacio que analizamos tiene como eje central el cauce inferior del río Cigüela, a su paso por el término de Villarrubia de los Ojos del Guadiana. El río Cigüela discurre desde su nacimiento en Cuenca hasta su unión con el Guadiana en el paraje del actual Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. En el tramo inferior, desde el término de Alcázar, pasando por Villarta de San Juan, Arenas y Villarrubia, el río conforma el paisaje denominados “tablas fluviales”. Estas tablas son el desbordamiento natural del agua, en unas amplias extensiones que llegan a alcanzar en algunos tramos los 2 o 3 kilómetros de anchura. Estos desbordamientos son debidos a la escasa profundidad de los cauces que tienen los ríos en La Mancha, ya que al ser una planicie de escasa pendiente, las corrientes son lentas y las aguas discurren con escasa fuerza sin hacer cauces bien marcados.

 

Así nos encontramos con extensiones amplias de agua “tablas”, que se extendían a lo largo del tramo final del Gigüela hasta su unión con el Guadiana. El mismo paisaje se daba en el tramo alto del Guadiana, desde su nacimiento en los Ojos, hasta más allá de Calatrava la Vieja. El mejor ejemplo y testimonio que queda de aquellos paisajes fluviales, son el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel.

 

Pero teniendo este espacio, el parque de Las Tablas, como referencia a la hora de interpretar el antiguo paisaje de las Tablas de Villarrubia, hemos de incidir en las diferencias y particularidades. Por un lado el cauce inferior de Cigüela estaba más transformado por la mano del hombre desde antiguo, las Tablas de Daimiel eran un lugar donde las aguas eran más permanentes gracias a los aportes constantes del Guadiana, mientras en que Cigüela era un río estacional. En Villarrubia se nos cuenta que el río llevaba agua todo el año menos en la época más seca del verano, e incluso había veranos que no dejaba de correr si había habido una buena temporada de lluvias. Por ello esta accesibilidad, con una estación de crecida y otra seca, hacían posible la transformación sobre el terreno. Este es uno de los elementos que caracterizó la fisonomía del este espacio y su forma de ser concebido por los hombres que lo explotaron. Para empezar en Villarrubia no se denominaba “tablas” a este espacio, si no “la vega o las vegas”, y por vega se entendía un espacio de cultivo, de huertas, de zanjas, árboles y sobre todo agua, mucha agua.

 

 

 

Para su aprovechamiento la vega del Cigüela había sido parcelada, abierta al tránsito con camino de acceso a las parcelas y canalizada para poder irrigarla.

 

La estructura hídrica era la siguiente: En la margen derecha del río, justo en la zona donde terminaba el valle fluvial de varios kilómetros de anchura, existían afloramientos naturales de agua u “ojos”, que eran los puntos de corte del acuífero con la superficie del suelo. Estos ojos aportaban un agua dulce en comparación con el agua cargada de sales que traía el Cigüela, que desde estos afloramientos fluía al Cigüela. La cantidad de agua que aportaban estos ojos variaba en función de la estación, más agua en la estación húmeda y menos en la seca o verano. De hecho en la estación de lluvias el agua llegaba a anegar toda la vega, haciendo imposible el acceso a la zona.

 

Estos ojos eran de diferente entidad, los tenemos de mayor aporte de agua, como el Ojo la Médica, o el de La Fuente las Pozas, que contaban con una alberca de fábrica para retener el agua y así distribuirla mejor. Aquí analizamos los ojos que encontramos en el término de Villarrubia, pero río arriba existían más ojos y el mismo esquema de explotación se repetía en las zonas de vega de Las Labores de San Juan, Arenas de San Juan y Villarta de San Juan.

 

 

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De estos ojos, partían unas zanjas de canalización, denominadas “zanjas madres” que paralelas al río recorrían toda la vega hasta una distancia de unos 5 o 6 kilómetros río abajo donde las zanjas desaguaban en el río, cerca de la actual zona donde comienza la zona de protección del Parque Nacional. A su vez de estas zanjas madre, que como ya dijimos había varias, ya que nacían de los ojos más prósperos, salían varias zanjas de menor entidad, llamadas “ladrones” ya que servían para desviar el agua de la zanja madre, y por ellas ir a las pequeñas parcelas de cultivo.

 

Las parcelas, popularmente conocidas como vegas, eran pequeñas extensiones de tierra, de unos 30 por 30 metros, en muchos casos limitadas por estas zanjas, y por las lindes de otras vegas. En cualquier caso cada vega tenía acceso a una zanja, ya que en los meses secos era necesaria para su irrigación. Normalmente las vegas estaban agrupadas por familias y debido a las particiones, los vecinos solían ser primos o parientes.

 

La siembra en estos terrenos era de la hortalizas y todo tipo de cultivo de huerta. Por citar algunos de los cultivos destacaremos: patatas, tomates, cebollas, habichuelas, berenjenas, etc. La productividad y fertilidad de estas vegas era muy alabada, al ser cultivos que contaban con riego, mediante este complejo sistema de irrigación.

 

Así tendríamos un paisaje de pequeñas parcelas de cultivos hortícolas, surcado por unas grandes arterías que serían las zanjas madre, y pequeños capilares que serían las zanjas ladrones. Todo ello enmarcado en la margen derecha del amplio valle fluvial del río Gigüela. A ello hay que sumar las vías de acceso, consistente en caminos de tierra, ligeramente elevados de la superficie del suelo, que contarían con vados en los puntos de cruce con las zanjas. Se nos ha confirmado que estos vados estarían reforzados con piedras y tablas, para evitar que los carros que transitaban por ellos, quedaran atascados.

 

Pero como no podemos olvidar que estos terrenos formaban parte del sistema de tablas naturales del Cigüela y como tal contaban con una vegetación salvaje que también se dejaba ver en estos espacios de La Vega. Eran frecuentes los álamos en la zona cercana  al cauce principal o “Madre” del Cigüela. Así como cañas y carrizos, en las zonas donde no llegaba la acción del hombre. Así en parcelas no cultivadas o márgenes de las mismas, zona dela Madre del río, donde no se cultivaba, se nos daba una vegetación similar a la que encontrábamos en el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel.

 

Hay que destacar que estos espacios de vegetación salvaje eran lugares elegidos por la fauna salvaje como lugar de cría, madrigueras y refugio. De hecho uno de los antiguos “vegueros” consultados, nos refiere como junto a su porción de vega, un año crió una pareja de patos en unas matas de carrizo que había en la zona de la zanja. Del mismo modo uno de los antiguos pescadores de la zona o “peceros”, nos relató como se cruzaban gallinetas con sus crías por las zanjas de riego.

 

Pero debemos destacar que este no era un paisaje inmóvil, sino que como ya hemos indicado más arriba variaba en función de las estaciones. Así el mismo lugar se nos presentaría como una gran tabla de agua con alguna vegetación emergente, en los meses de invierno, o como un espacio de intensa actividad agrícola, estructurado y dividido en pequeñas parcelas de sembrados, caminos de tierra y hombres y bestias trabajandolo.

 

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3.EL HOMBRE Y LA VEGA

 

Como ya hemos citado en el apartado del paisaje, la mano del hombre sobre La Vega ha sido de una importancia capital, hasta el punto que ha modelado el paisaje de la misma. La Vega ha atraído al hombre desde que se tiene constancia de su presencia por estas tierras. Elementos líticos del paleolítico han sido encontrados en sus riveras. Quizá el dato más destacado nos lo de el hecho de que junto a cada ojo más destacado, de la ribera sur del río, que es donde empezaba el sistema de zanjas, había un asentamiento junto él. Son normales los restos de cerámicas de época prerromana y romana en los plantíos de viña actuales. Lo cual nos induce a pensar que muy posiblemente las vegas ya eran explotadas en esas épocas. De este modo vemos como el hombre se adapta al espacio, ya que en la región de La Mancha, el hecho de encontrar un lugar con aguas permanentes era fundamental a la hora de elegir los asentamientos. Y los ojos eran de los pocos lugares donde se encontraban.

 

La presencia del hombre en La Vega, era esencialmente como agricultor-hortelano y pescador o pecero. Los primeros en la zona sur de la rivera que quedaba sin agua en la estación seca, y los primeros en la zona de La Madre del río. Dos actividades de una gran utilidad, ya que aportaban un sustento muy necesario para unas gentes que vivían en una situación de miseria general, donde el sustento diario llegaba a ser un reto.

 

La época más antigua a la que podemos remontarnos mediante la memoria histórica es de dos generaciones atrás. Quizá el hito cronológico que podemos marcar como más antiguo sería la Guerra Civil, por ello todo lo que refiramos en este trabajo, será esencialmente los años de la avanzada posguerra, años 50, 60 y 70, ya que posteriormente este paisaje y forma de vida y explotación terminó por desaparecer con la alteración completa del sistema hídrico, y el cambio social, donde pierde peso el sector primario.

 

La razón esencial por la que pone en cultivo La Vega es el agua. En medio de un mar de secano como es La Mancha, donde solo se puede producir cultivos de secano, esencialmente cereales, el poner en irrigación cualquier terreno es un factor esencial a la hora de iniciar su aprovechamiento.

 

Si la principal cosecha era de cereales en la región, como hemos indicado más arriba, ya que el alimento más consumido era el pan. Tener una huerta y con ella la variedad de productos que esta ofrecía era un elemento muy destacado para completar una dieta monótona y poco variada. Pero para poder cultivar los productos hortícolas era necesario un riego constante para sacar adelante lo plantado, y dadas las características tanto físicas como climáticas de La Mancha eran pocos los lugares que se ofrecían a  ello. De igual modo era muy difícil poder extraer agua, ya que la extracción mediante el típico pozo artesano de noria no superaba, por lo general, los 6 metros de profundidad y la fuerza motriz de los animales limitaba su extracción.

 

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La Vega era uno de los pocos espacios donde podía darse el cultivo hortícola en la zona. Pero aun más, era un espacio que durante la posguerra, podemos llegar a llamar la “despensa de los pobres”, ya que era uno de los escasos terrenos que no pertenecían a la aristocracia terrateniente del municipio y que directamente poseían la clase más humilde de Villarrubia. Cada parcela de tierra o “suerte” como también se las llamaba, eran los pequeños pedazos de tierra donde crecía una buena parte de la alimentación de muchas familias. Si analizamos el resto del término de Villarrubia de los Ojos, veríamos que las zonas de monte bajo y llanura eran grandes propiedades al igual que la sierra, que dividida en “quintos” o fincas, eran posesión de unas pocas familias. Por tanto las vegas eran una isla de minifundios rodeada de un mar de latifundios de cultivos extensivos y de secano. Esta importancia determinante de la producción de las vegas en la economía de muchas familias, era motivo de mirar con mucho celo el cuidado y trabajo de sus respectivas parcelas, por parte de sus propietarios. Así nos lo confirma alguno de los consultados para este trabajo, cuando nos hablan de las disputas que había a la hora de regar las diferentes parcelas. Para ello hay que explicar primeramente el sistema de regadío en su fase última. Ya que como indicábamos arriba las zanjas madre llevaban el agua a lo largo de toda La Vega, y las pequeñas zanjas llamadas ladrones, la desviaban o robaban, de ahí su nombre, de la zanja madre para llevarla hasta las parcelas que no lindaban directamente con las zanjas madre. Una vez ahí, mediante cubos, se iba sacando el agua de las zanjas y vertiéndola en los surcos donde estaban las plantas. Era un trabajo agotador y normalmente se turnaban varias personas para regar una parcela entera, solían ser padre e hijo o hermanos. Pero para que estas zanja ladronas tuvieran agua, era necesario hacer un tapón de tierra y maleza en la zanja madre para retener la corriente y así llenar la zanja ladrona que estaba más inmediata aguas arriba. Así contaba con agua para poder sacar los suficientes cubos como para regar las parcela o parcelas.

 

Estos tapones de tierra y maleza se llamaban atajaizos. Los atajaizos cortaban una zanja madre por completo. Tenían una parte central más endeble y los laterales, que estaban más próximos a los lado de las zanjas, más recios. La razón de este era el poder romper el atajaizo en su parte central para cuando ya se hubiese terminado de regar la parcela deseada, para que el agua volviera a correr, y volver a hacerlo nuevamente cuando fuera necesario. Así, rompiendo sólo parcialmente el atajaizo, era más fácil volver a reconstruirlo.

 

Una vez sabiendo el sistema de riego vamos a mostrar las posibles disputas y rivalidades que originaba. Como ya hemos dicho el atajaizo cortaba las zanjas madre y retenía el líquido aguas arriba, mientras que aguas abajo quedaba interrumpido. Esto suponía que los propietarios que tenían sus parcelas aguas abajo se vieran privados de agua durante el tiempo que se mantenía el atajaizo de más arriba. Esto ocurría durante el verano ya que era la época cuando estaban creciendo las plantes y más necesidad de agua tenían, pero cuando menos caudal tenían las zanjas, por estar en la estación seca. Por tanto el agua que había era limitada pero muy necesaria y deseada.

 

Aunque durante la realización de este trabajo, hemos insistido en averiguar si había algún tipo de organización, árbitros o responsables que velasen por un uso controlado y evitara el abuso o las disputas. Los diferentes entrevistados no nos han confirmado ninguna autoridad, quedando los criterios de uso fijados por los mismos usuarios de forma más o menos informal. De hecho ni los guardas de campo, encargados de velar por el mantenimiento del orden y la seguridad en el descampado, parecen haber tenido competencias en esta materia.

 

Alguno de los consultados nos ha llegado a relatar como al caer la noche, permanecían en La Vega él y su padre, esperando la marcha del resto de personas para romper el atajaizo que había aguas arriba, y luego hacerlo más abajo para regar su parcela. Parece ser que se dejaba un periodo de tiempo de una noche, con el atajaizo hecho, para que a la mañana siguiente tuviese agua suficiente el tramo de zanja de donde se iba a sacar el agua. No era extraño el dejar por la tarde el atajaizo hecho para tener agua al día siguiente y llegar y encontrarlo roto por algún otro propietario de parcela aguas abajo.

 

De hecho uno de los entrevistados nos hace referencia a una muerte ocurrida por una disputa sobre el uso del agua en las zanjas. Al parecer dos litigantes mantuvieron una disputa sobre la utilización del agua, llegando uno de los participantes a agredir al otro, asestándole un “azadazo” en la cabeza y dejándolo muerto. Hemos oído más referencias sobre este mismo episodio, por parte de otros entrevistados, que aunque algo más imprecisas, nos hacen tomar el suceso como cierto.

 

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4.EL TRABAJO EN LA VEGA

 

Pasando por alto oficios como yeseros, pastores y pescadores/peceros, que eran oficios que se desarrollaban en la zona de inmediata a La Vega, y frecuentaban la zona, nos centraremos en la labor de los trabajadores que labraban la tierra.

 

Como en cualquier otra parte del mundo, la agricultura tradicional de la zona de La Vega, venía mandada por el ciclo de las estaciones. Concretamente el elemento fundamental que marcaba el tiempo de los trabajos de la tierra en esta zona, era el agua, que venía condicionada por el ciclo estacional, dividido entre estación seca o verano y estación de lluvias, otoño, invierno y primavera.

 

Las labores comenzaban aun antes de desaparecer la lámina de agua, que como hemos dicho más arriba llegaba a cubrir toda la zona de la vega (esta inundación variaba de unos años a otros, dependiendo de la cantidad de lluvia de la temporada, siendo un área mayor o menor). En cuanto la lámina de agua no superaba los 10 centímetros, permitiendo así un acceso a las zonas de vega, se comenzaba a prepara la tierra para labrarla.

 

El primer paso era “maticavar” la tierra, ya en primavera. Consistía en cavar la tierra con unas azadas muy anchas, se “volvía” la tierra con ellas, formándose grandes terrones con ello, ya que con el agua era barro. De esta manera, al remover la tierra, el agua se evaporaba más fácilmente y ayudaba a su filtrado. Con todo ello se aceleraba el desecado natural de las tierras. Con ello se buscaba poder tener la tierra preparada para la época de sembrar los cultivos, de otro modo se plantarían tarde y no daría tiempo a recogerlos antes de la nueva subida de las aguas. La acción de maticavar se hacia descalzo y arremangado en el barro, como nos relata uno de los consultados

 

El paso siguiente era el arado con mulas. Después de haber maticavado la parcela y habiéndose secado el barro y sin el problema de atascar el arado, se araba la tierra con las mulas. En este proceso como en le anterior, la roturación de la tierra hecha barro generaba grandes terrones, lo cual dificultaba el cultivo. Estos terrones de gran dureza debían ser rotos con porras y astiles, en lo que se llamaba “estripar terrones”. De todos modos sólo se desmenuzaban los terrones más grandes y más molestos. Sin embargo esta misma afirmación ha sido parcialmente contradicha por otros antiguos hortelanos consultados, que afirman que no siempre se destripaban los terrones y directamente se plantaba tras haberse arado con las mulas.

 

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Tras preparar la tierra se procedía a la siembra. Una vez plantada la planta comenzaba a desarrollarse y para mayo o junio, coincidiendo con una mayor escasez de humedad natural del terreno, por un descenso de las aguas, se procedía al riego.

 

El riego, como hemos dicho más arriba, se hacía por cubos. Desde las zanjas, en un “pozillo” hecho en la zanja y que no era otra cosa sino una ampliación de la superficie y profundidad de la misma, que tenían los hortelanos para hacer más fácil el embalsamiento de agua en la zona donde se iba a sacar los cubos, haciendo así menos complicado cargar el agua y proceder al riego. Esta era una tarea dura, ya que requería de un trasiego constante de cubos de agua, hasta lograr que la superficie de cada surco o zurco de llenara. La temporada de riegos duraba hasta septiembre y para antes de vendimia se recogía normalmente lo sembrado. Se debía hacer la recolección para antes de la nueva estación de lluvias otoñales, ya que se corría el riesgo de perder lo cultivado, por “cocerse” o malograrse por las nuevas aguas.

 

No era raro que la recolección se hiciera de los frutos aun verdes y sin terminar su maduración en la mata. Así se dejaban secar al sol en las puertas de las casas, siendo común la escena de habichuelas puestas a secar sobre mantas en las casas de los vegueros.

 

Este era el trabajo según las estaciones y el ciclo anual, pero relataremos ahora el trabajo de una jornada en La Vega.

 

El trabajo comenzaba con el desplazamiento hasta La Vega desde el pueblo, ya que esta se encontraba a unos 4 kilómetros del mismo. La salida para La Vega se solía hacer a primeras horas de la mañana, antes de la salida del sol y prácticamente de noche. Aunque para aquellos que no querían ser vistos de romper los tapones, la tarea comenzaba en plena noche, que era cuando solían cometerse estas acciones.

 

El trayecto era a pié o en mulas por caminos de tierra, vadeando zanjas y el propio río en los lugares donde no existía uno de los múltiples puentes que cruzaban en Cigüela. Una vez en La Vega comenzaba el trabajo que tocara, siembra, riego, arar o quitar malas hierbas. Como estas labores se desarrollaban generalmente durante el verano, se prefería madrugar y trabajar durante las frescas horas de la mañana, dejando las calurosas y agobiantes horas tras la comida para la siesta. La comida se hacía en el mismo lugar, en chozos o bajo alguno de los árboles que hubiera cercanos. Estos chozos eran construcciones tronco cónicas de carrizo con un solo espacio interior, y con único vano que era la puerta cubierta por una cortina. La accesibilidad a los chozos por parte de cualquier persona no tenía ninguna dificultad, pudiendo darse el caso de robos, pero las pertenencias a robar que contenían no es que fueran especialmente valiosas. En el punto de la seguridad en el tema de robos, hemos encontrado diversidad de testimonios, por un lado se nos hemos encontrado con afirmaciones que aseguran que antes no había tantos robos por la benignidad de la gente en comparación con el presente. Del otro lado hemos encontrado testimonios que nos confirman la existencia de robos, robos en los huertos para conseguir los frutos, achacándolo nuestros informantes, más a la situación de miseria de algunas familias que a cualquier otra razón.

Normalmente el día terminaba antes de caer la noche, ya que había que volver a desandar lo andado para regresar al pueblo. Sin embargo había familias de hortelanos, que dormían en La Vega, en los chozos, en la época del verano, estando así más cerca de las vegas y vigilando lo plantado. El calor de la estación hacia agradable dormir en los muy ventilados chozos de carrizo, cosa imposible en invierno, cuando ni los propios peceros que pescaban durante todo el año hacían, por el frío y las heladas nocturnas. Por otro lado la pega de dormir en La Vega durante el verano era la gran cantidad de mosquitos que hacían más molesto el descanso y el trabajo durante el amanecer y el atardecer.

 

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5.VIDA Y MUERTE EN LA VEGA

 

Junto con la gran feracidad de las parcelas que había en La Vega, que como ya hemos dicho, era una autentica despensa para los pobres de Villarrubia. El agua era dentro de ella otro lugar para el desarrollo de una rica variedad fáustica.

 

Explicaremos aquí la curiosa superposición que se producía entre la flora y la fauna en estos espacios.

 

La misma variedad de especias que había en el río Cigüela, se introducía en las zanjas madres de La Vega y estas a su vez por las pequeñas zanjas hasta las mismas lindes de las parcelas. Lampreas, cangrejos, carpas, lucios, topos, patos, y otras especies propias del río y que hoy día sólo podemos ver reducidas a la zona del Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel.

 

Se daba el caso de que al sacar los cubos de agua de los pozillos que había en las zanjas junto a las parcelas, muchos cangrejos y pequeños pececillos eran sacados del agua y caían en los sucos, pudiéndose ver la curiosa imagen de ver correr a los cangrejos y lampreas entre las patatas y los melones, como nos relataban alguno de nuestros informadores. De hecho los mismos pozillos de extracción de agua servían como refugio de la fauna acuática en las épocas de mayor escasez, ya que al contar estos lugares con una profundidad ligeramente superior a la de las zanjas, conservaban más tiempo el agua y concentrando así a los pececillos y cangrejos que quedaban aislados en ellas. Huelga decir que estos eran unos de los sitios donde más fácil resultaba la captura de estas espacies, por parte de los hombres, llegándose a sacar hasta medio cubo de captura de ellos en apenas tiempo. Los mismos hortelanos capturaban los peces y cangrejos que iban a comer en el mismo día y en el mismo lugar donde trabajaban.

 

Otra de las curiosidades que hemos averiguado a la hora de hacer este trabajo ha sido el saber que había gran cantidad de membrillos que crecía en las zanjas, y que hoy no existen salvo la excepción que pudimos encontrar en una de nuestras salidas de campo en la zona estudiada, como último testimonio de ese paisaje desaparecido.

 

Esta era la vida de este singular paraje de La Mancha, alejado de la imagen clásica que se presenta de una tierra seca y semi-esteparia. Un lugar de riqueza animal, vegetal y humana. Un punto de riqueza económica para unas gentes tan carentes de todo y que aunque fuera en pequeñas parcelas, desarrollaban un trabajo directamente para ellos, ya que como hemos dicho el resto del entorno eran grandes latifundios de la aristocracia local, donde su única opción era servir como jornaleros.

La muerte de este modelo de explotación, llego como efecto de la sobre explotación del acuífero y el resultado del cambio social, especialmente de los años 70 y 80. A la mejora de la vida y “adelantos” como nos dicen muchos de los entrevistados, que trajeron el acceso a productos hortícolas mediante su compra en establecimientos o el acceso a otras tierras, mediante la segregación de los grandes latifundios, vendidos en pequeñas fincas o plantíos a los pequeños labradores. Los cultivos de subsistencia de las vegas, fueron desapareciendo. Nuevas salidas laborales, principalmente el trabajo de las construcción en Madrid, fue absorbiendo mano de obra y proporcionando un salario para aquellos que antes habían trabajado de jóvenes junto a sus padres en las vegas, permitiéndoles vivir sin tener que trabajarlas y con el cambio de generación las vendieron a quien se la pagara.

 

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De hecho, cada vez era más difícil sacarlos adelante. Cada vez más, fue disminuyendo la cantidad de agua y los manantiales u ojos llegaron a secarse, primero durante la estación seca y luego definitivamente. De este modo la razón de ser de toda la explotación, que era el agua, dejo sin motor al proceso de siembra. En unos últimos intentos por acceder al agua, se construyeron pozos en las propias zanjas. Eran pozos de poca entidad y escasa profundidad pero finalmente quedaron colgados del nivel freático y fueron abandonados. Durante las salidas de campo que hemos realizado hemos encontrado varios de estos pozos, hoy secos y llenos de restos de vegetación, especialmente rastrojos y “rodamundos”. Estos pozos suelen aparecer rodeados de vegetación y carrizos que aun crecen en las zonas incultas de La Vega, siendo un verdadero peligro para cualquier persona, al estar poco visibles y teniendo el riesgo de caída.

 

El paisaje comenzó a cambiar, al secarse los ojos, el sistema de zanjas quedó obsoleto y muchas veces se lodaron para ganarlas a los nuevos cultivos, esencialmente vid, y facilitar el acceso a las parcelas. Las propias parcelas se transformaron, no sólo se cambiaron los cultivos, sino que también se reagruparon, ya que eran muchos los que no gustaban de continuar su laboreo, y así aquellos que querían agregar a su parcela otras nuevas podía hacerlo, para juntar una cantidad de tierra, que aun siendo pequeña, era mayor que las anteriores y poder plantar vid.

 

De todos modos muchas vegas quedaron perdidas y sin cultivar. Ni que decir tiene de la desaparición de la vida animal, sin agua desapareció y se limitó a la zona del río, que también terminó por secarse completamente y hoy sólo corre en época de grandes lluvias y únicamente por algunos meses en el mejor de los casos. El otro momento donde se puede ver algo de agua en el río es durante el periodo de paso de las aguas del trasvase que se hace desde la cabecera del Tajo hasta las Tablas de Daimiel.

 

Se terminaron también las actividades de los peceros, siendo algunos de los últimos que quedan vivos, los que hemos entrevistado para elaborar este trabajo. Y dentro de poco perderemos también su memoria, único testigo de esa realidad.

 

 

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